Muchos lugares de Praga albergan un terrible encanto. Uno de ellos, es la Plaza de la Ciudad Vieja ( Staromeske Namestí), uno de los centros de vida de los habitantes de la capital checa. Aunque normalmente está plagada de turisteo, entre los que me incluyo obviamente, es fantástico darse el gustazo de caminar por ella y admirar la Iglesia de Tyn ( con ese aspecto de Fairy Tale o de cuento de Poe) o el reloj astronómico ( "Orloj" que lo llaman aquí) y ante el que, cada hora en punto, cientos de turistas se congregan para admirar el desfile de unos apóstoles de madera que asoman por un ventanuco (?) mientras suenan las campanas. Todo el mundo se pega por verlo. Increíble.
En la misma plaza hay casas que datan del siglo XII y XIII, y en ella conviven el románico, el gótico y neogótico e incluso el art nouveau. De ella parten numerosas callejuelas que se escurren entre edificios y sobre las que a menudo se construyen arcos que comunican unas fachadas con otras.
Me encantó rehacer el camino que todos los días, de la mano de la cocinera de la familia, hacía el pequeño Franz de su casa al cole y que pobló su infancia de seres extraños y pesadillas pues no había peor cosa para él que asistir a clase en esas frías mañanas.