Hace diez años conducía un Fort Scort rojo de mi padre que tenía más de quince años. Vivía en Cáceres en un piso de la calle Médico Sorapán con unas vistas muy feas pero con una luz especial. Veía a mis padres cada quince días y les contaba muy poco de mi vida. Cuando iba a la casa del pueblo, escondía el tabaco en una caja de zapatos encima del armario. Los sábados devoraba el suplemento cultural de El País y por las noches me daba por no salir. Tenía una novia que no quise como debía aunque fui franco con ella, quizá más que con nadie. Me repartía entre varios grupos de amigos. Por aquella época empezaba a darme cuenta de que todo iba para abajo y de que mucho me iba a costar enderezar el asunto. Sigo sin saber cómo hacerlo.
El once de Septiembre de 2001 tomaba unas cañas en el bar La Giraldilla de Cáceres junto a mi exnovia y un amigo de instituto, de curioso apellido para lo que viene al caso, Torres. Recuerdo que los tres habíamos salido de hacer un examen de Septiembre cada uno en su carrera. Mi amigo había hecho un buen examen de Materiales o alguna asignatura del estilo. Mi ex no había contestado a todo en su examen de magisterio infantil pero no le importaba mucho porque ya sabía que esas cosas carecían de importancia. Lo mío era algún derecho, puede que mercantil, y no sé muy bien si no me presenté o hice un examen mediocre, o un examen aceptable pero desde luego en ningún caso un buen ejercicio porque me recuerdo postrado en la barra mirando la tele colgada en la esquina del techo mientras mis acompañantes no paraban de reír.
El camarero echó una ojeada a la tele cuando me vio tan embelesado. En la pantalla las Torres Gemelas echaban humo mientras las letras corrían a toda velocidad por debajo dando detalles reales o inventados sobre el incidente. El locutor, Matías Prats, dijo que se habían incendiado. De primeras me pareció espectacular y después extraño. Mis amigos se reían comentando algo, entonces pedí un poco de silencio porque aquello era tan extraño y tan espectacular que merecía un poco de atención pero ellos parecían tener asuntos más importantes que atender y Torres le pidió con sorna al camarero que andaba trajinando en la cocina si hacía el favor de grabarme las imágenes ya que me interesaban tanto. Entonces soltó una carcajada y todos se rieron con él, yo también sonreí pero seguí mirando aquellas imágenes esperando no sé qué. Recuerdo que comíamos salchichas con salsa brava, recuerdo que me fui de vuelta a mi pueblo solo, en el Fort Scort rojo. Recuerdo que fue un viaje agónico porque no tenía radio en el coche o estaba estropeada y por aquel momento ya intuía que aquellas torres no podían haber echado a arder por cualquier cosa. Recuerdo también que aquellas imágenes reales me parecían casi una película. Por la tarde o al día siguiente, compré como cinco o seis periódicos con la noticia en portada y los devoré sabiendo que aquello era horrible pero al mismo tiempo histórico. Una sensación extraña.
Hace un par de años quise volver a verlos y no estaban en el trastero. Le pregunté a mi madre y dijo que quizá los tuviera mi abuela. Cuando subí a verla estaba blanqueando la pared del corral y para que las gotas no salpicaran el empedrado había cubierto el suelo con un montón de torres ardiendo.
El once de Septiembre de 2001 tomaba unas cañas en el bar La Giraldilla de Cáceres junto a mi exnovia y un amigo de instituto, de curioso apellido para lo que viene al caso, Torres. Recuerdo que los tres habíamos salido de hacer un examen de Septiembre cada uno en su carrera. Mi amigo había hecho un buen examen de Materiales o alguna asignatura del estilo. Mi ex no había contestado a todo en su examen de magisterio infantil pero no le importaba mucho porque ya sabía que esas cosas carecían de importancia. Lo mío era algún derecho, puede que mercantil, y no sé muy bien si no me presenté o hice un examen mediocre, o un examen aceptable pero desde luego en ningún caso un buen ejercicio porque me recuerdo postrado en la barra mirando la tele colgada en la esquina del techo mientras mis acompañantes no paraban de reír.
El camarero echó una ojeada a la tele cuando me vio tan embelesado. En la pantalla las Torres Gemelas echaban humo mientras las letras corrían a toda velocidad por debajo dando detalles reales o inventados sobre el incidente. El locutor, Matías Prats, dijo que se habían incendiado. De primeras me pareció espectacular y después extraño. Mis amigos se reían comentando algo, entonces pedí un poco de silencio porque aquello era tan extraño y tan espectacular que merecía un poco de atención pero ellos parecían tener asuntos más importantes que atender y Torres le pidió con sorna al camarero que andaba trajinando en la cocina si hacía el favor de grabarme las imágenes ya que me interesaban tanto. Entonces soltó una carcajada y todos se rieron con él, yo también sonreí pero seguí mirando aquellas imágenes esperando no sé qué. Recuerdo que comíamos salchichas con salsa brava, recuerdo que me fui de vuelta a mi pueblo solo, en el Fort Scort rojo. Recuerdo que fue un viaje agónico porque no tenía radio en el coche o estaba estropeada y por aquel momento ya intuía que aquellas torres no podían haber echado a arder por cualquier cosa. Recuerdo también que aquellas imágenes reales me parecían casi una película. Por la tarde o al día siguiente, compré como cinco o seis periódicos con la noticia en portada y los devoré sabiendo que aquello era horrible pero al mismo tiempo histórico. Una sensación extraña.
Hace un par de años quise volver a verlos y no estaban en el trastero. Le pregunté a mi madre y dijo que quizá los tuviera mi abuela. Cuando subí a verla estaba blanqueando la pared del corral y para que las gotas no salpicaran el empedrado había cubierto el suelo con un montón de torres ardiendo.