Cada uno lleva a la espalda
su carga de hechos trágicos,
exactamente igual que en la tragedia,
según el preciso sentido que los griegos
pensaron de un modo, sin embargo, imposible
de representar hoy en día.
Hubo patíbulos,
escenarios improvisados
ocupados por figuras enclenques,
iguales a pequeños animales confusos
paralizados por los faros de un coche
mientras cruzaban la carretera
y atravesaban un gris crepúsculo
que avanzaba vacilante
por el borde de una noche
de otoño plena y estrellada.
Uno podría haber estado en
el remolque de un camión abierto
tembando de velocidad y frío.
Uno podría haber caminado
mirando de reojo
las mil formas preocupantes
que componen los árboles desnudos,
como esos que están a punto de gritar,
que se sienten sin embargo incapaces
de pronuncia ahora una sola palabra.
Uno podría haber estado
en una de esas muertas ciudades fabriles,
en una pequeña tienda de comestibles sombría,
justo cuando saltó la noticia.
Uno podría haber corrido junto a la radio
con una de las embarazadas de muchos meses
que sirven allí a esa hora.
¿Olía a sangre derramada
o era ese otro olor,
la gragancia - mucho más delicada- del miedo,
el miedo de la muerte que se dirige
a una cita e la calle vacía?
Había también mosntruos en carteles de películas
expuestos en lugares bien vcisibles.
Y además seis chicas de la fábrica,
abrazadas, riendo
como si hubieran estado bebiendo.
Incluso podría uno haber sido una de ellas.
La que tiene la boca
pintada de rojo brillante,
muy pálida, que se siente
un poco deprimida sin ninguna razón,
y que, pidiendo disculpas,
desaparece junto al cartel
de "Habitaciones de alquiler"
e inmediatamente se va a la cama,
completamente vestida, sólo
para tumbarse con los ojos abiertos,
temblorosa de frío, pese a las sábanas.
Es sólo un mal resfriado,
se dice a sí misma,
pero no ha visto los papeles
que el perro ha traído al casero
desde el porche de la casa.
El viejo nunca aprendió
a leer correctament, y por eso
lee susurrando,
en esa media luz
que raya en la oscuridad,
sobre las tragedias del día
- que supuestamente
no llegan a tragedias
por la ausencia de figuras dotadas
de la clásica nobleza de alma.
Charles Simic, Unending blues, 1986
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