sábado, 29 de mayo de 2010

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MOTEL PARAÍSO

Murieron millones de personas; todo el mundo era inocente.
Yo me quedé en mi cuarto. El Presidente
hablaba de la guerra como de una mágica poción amorosa.
Mis ojos permanecían muy abiertos por el asombro.
En el espejo mi rostro se me parecía a una carta con dos matasellos.

Vivía bien, pero la vida era atroz.
Había demasiados soldados aquel día,
demasiados refugiados que atestaban las carreteras.
Naturalmente, todos desaparecieron
con un gesto de mi dedo.
La Historia se lamió las comisuras de su boca sangrienta.

En el canal de pago, un hombre y una mujer
intercambiaban besos habrientos y se arranacaban
la ropa el uno al otro mientras yo les miraba con el sonido apagado y la habitación a oscuras
salvo por la pantalla, en la que el color
estaba saturado de rojo, saturado de rosa.


CAMEO

Me dieron un pequeño papel sin frase
en una epopeya sangrienta. Yo era uno de los
bombardeados que huían.
En la distancia nuestro gran líder
cacareaba como un gallo desde un balcón,
¿o se trataba quizás de un gran actor
que hacía el papel de nuestro gran líder?

Soy ese de ahí, les digo a los chiquillos.
Apretujado entre el hombre
con las dos manos vendadas
y la anciana con la boca abierta
como si nos estuviera enseñando un diente

que le duele horrores. Cien veces
que paso la cinta y ni una sola de ellas
son capaces de encontrarme
en esa gris multitud
igual a cualquier otra gris multitud.

A la cama, acabo por decirles.
Yo sé que estuve allí. Pero sólo tenían
tiempo para un toma. Corrimos,
los aviones rozaron nuestras cabezas,
luego se marcharon
y nosotros quedamos aturdidos en la ciudad en llamas,
pero eso, por supuesto, no lo filmaron.


PELUQUERÍA VACÍA

En tu búsqueda de la felicidad puedes
acercarte a ella momentáneamente
en uno de esos asientos de cuero
con ayuda de peine y tijeras,

cubierto hasta la garganta por una larga sábana blanca,
mientras tu cabeza resbala entre
los invisibles dedos lubricados del peluquero
que hace que tus cabellos se alcen bien derechos,

mientras él presiona la navaja contra tu garganta,
haciendo que tus ojos se abran de golpe
mientras adivinas en el espejo que hay ante ti
el tamaño exacto de la peluquería vacía

con dos asientos vaciós y más allá
la calle, inconmensurablemente vacía
salvo por el rostro apretado y borroso
de alguien que intenta mirar qué hay dentro.

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