viernes, 5 de diciembre de 2008

De galletas


Afuera, tras los cristales, la ciudad se movía. Todavía tenía el hormigueo del café ardiendo en la garganta. En realidad, la ciudad no se movía, o al menos no lo hacía al ritmo normal, quiero decir que lo hacía a cámara lenta, como si estuviera sumergida bajo el océano y los habitantes y los coches se desplazaran a un tercio de la velocidad habitual, pero sin burbujas de aire saliendo de la boca ni nada de eso.
Pedí otro café. Me volvieron a traer la bandejita con la taza y el plato a juego. Servilleta, azucarillos, leche en crema y una galletita. Esta tenía coco espolvoreado por encima pero era del mismo surtido que la anterior: Lotus. Me pregunté si lo habrían hecho a propósito, no repetir galleta, o se trataba de una casualidad. Me detuve aún unos segundos en pensar el orden que algunas personas tratan de mantener en el mundo, como si fuera posible tenerlo todo bajo cuerda; no, no, quiero decir...bajo control.
Cogí la taza de café. Estaba realmente abrasante. Una chica levantó la cabeza y me echó una mirada desde el otro lado del bar. Lo hizo disimuladamente. Frente a ella había un chico que sería su amigo, o su novio, o su hermano. Sí, era su amigo y no paraba de explicarle cosas moviendo las manos arriba y abajo, algún asunto que le escamaba. Aunque a veces se quedaba extrañamente callado.
Afuera pasó una ambulancia a toda mecha con las luces y la sirena conectada. Iba como una flecha destinada a salvar vidas, o más bien era como si huyera de alguien o de algo. Serpenteaba entre el tráfico para tratar de dejar atrás el pecado que había cometido. Como si se pudiera desprender de la culpa a base de velocidad. Aunque probablemente se tratara de una broma. Sí, eso era, un conductor y su enfermero acompañante, que con toda seguridad iba echado en la camilla de atrás partiéndose de risa, solo trataban de ganar un poco de tiempo para ir a ver a sus chicas. Decidieron conectar las luces y poner la sirena a todo trapo para aprovecharse de la buena voluntad del resto de conductores. Se apresuraban hacia el otro extremo de la ciudad para retozar un poco antes de recoger a un paciente en coma y llevarlo al hospital. Solo un poco de diversión. Dos enfermeros perdidos conduciendo locamente por la ciudad en dirección hacia el amor.
Se abrió la puerta del café una vez más. No había parado de entrar y salir gente en toda la mañana. Me llegaba un sopapo frío cada vez que alguien abría la puerta. Otra vez, era la misma mujer que acababa de entrar, solo venía a recoger algo. La bolsa de plástico dejaba adivinar una forma rectangular en su interior, tal vez un surtido Lotus. Quién sabe.

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