Había varias posiciones que me gustaban de ella. Normalmente salía siempre con un objeto en la mano. Una pala pequeña. Dos bolsas de plástico, creo que con tierra dentro. Un punzón metálico que no sé para que servía. Me entretuve en darle diferentes usos. Uno de ellos me asustó, hizo incluso que soltara el boli.
Ahora solo podía ver sus piernas y un poco de su trasero. La voz de mi mujer interrumpió la vista. El filete se estaba enfriando. No quería filete, tenía el estómago lleno de un aire insípido que podía hacerme vomitar o podía desaparecer en cuanto viera el filete que no quería. Quizá en cuanto me enfrentara a la cara de Alexia adivinando que otra vez no tenía hambre. Se preocupaba en exceso. En general es algo que no entiendo, la gente que se pone alerta en cuanto no comes bien un par de días seguidos.
Volví a lo mío. A escribir no, a mirar a la terraza de enfrente. Ahora ella entraba al interior de su casa. Siempre que entraba lo hacía sacudiéndose la tierra de las manos. Imaginé el suelo de su pequeña cocina y los granos de tierra adheridos a las baldosas. Un día tomé café en su casa. El café me mata las ganas de comer. Alexia se había ido de viaje y consideró que alguien tenía que cuidar de mí. Yo estaba perplejo con aquella casa llena de cachivaches y no paraba de mirar un reloj de diseño original que te hace perder unos minutos tratando de averiguar qué hora es. Me acercó una cerveza de manera muy amable sin mirarme a los ojos. Después me puso un plato de pasta fría y unas albóndigas que devoré con ansias.
Ahora solo podía ver sus piernas y un poco de su trasero. La voz de mi mujer interrumpió la vista. El filete se estaba enfriando. No quería filete, tenía el estómago lleno de un aire insípido que podía hacerme vomitar o podía desaparecer en cuanto viera el filete que no quería. Quizá en cuanto me enfrentara a la cara de Alexia adivinando que otra vez no tenía hambre. Se preocupaba en exceso. En general es algo que no entiendo, la gente que se pone alerta en cuanto no comes bien un par de días seguidos.
Volví a lo mío. A escribir no, a mirar a la terraza de enfrente. Ahora ella entraba al interior de su casa. Siempre que entraba lo hacía sacudiéndose la tierra de las manos. Imaginé el suelo de su pequeña cocina y los granos de tierra adheridos a las baldosas. Un día tomé café en su casa. El café me mata las ganas de comer. Alexia se había ido de viaje y consideró que alguien tenía que cuidar de mí. Yo estaba perplejo con aquella casa llena de cachivaches y no paraba de mirar un reloj de diseño original que te hace perder unos minutos tratando de averiguar qué hora es. Me acercó una cerveza de manera muy amable sin mirarme a los ojos. Después me puso un plato de pasta fría y unas albóndigas que devoré con ansias.
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